
Desde Psicoforma te proponemos la siguiente reflexión:
¿De todo lo que has comido hoy, cuanto has comido por hambre?
Si volviera a empezar el día, ¿comerías los mismos alimentos, la misma cantidad y de la misma forma?
El proceso de alimentación es complejo y multifactorial. Son varias las razones por las que decidimos abrir la nevera y llevarnos algún alimento a la boca: cubrir nuestras necesidades fisiológicas de hambre y saciedad, obtener los nutrientes necesarios para asegurar nuestra supervivencia, alcanzar unos determinados objetivos estéticos o en relación a la salud, disfrutar de los sabores, olores y sensaciones que se despiertan en nuestra conciencia… Sin embargo, en ocasiones podemos recurrir a la comida como forma de “regular” emociones desagradables o intensas.
Seguramente todo/as nos sentimos identificados/as con el siguiente ejemplo: Domingo por la tarde, te encuentras sentado/a en el sofá, mirando en la televisión algún programa o película que no te interesa demasiado, no tienes hambre, quizás, hasta te sientes lleno/a o totalmente saciado/a, sin embargo, te levantas del sofá y te acercas a la cocina en busca de algo que “picotear”.
¿Si no tenías hambre, qué ha sido lo que te ha levantado del sofá, te ha llevado hasta la cocina y ha puesto en marcha tu creatividad en busca de combinaciones de alimentos agradables que te provoquen gratificación y placer?
Probablemente haya sido: EL ABURRIMIENTO.
El aburrimiento puede ser una emoción desagradable que nos incomoda y que no estamos dispuestos/as a experimentar. Para tratar de escapar o eliminar momentáneamente esta emoción que nos molesta y desespera, recurrimos a la comida, en busca de sensaciones de placer o emociones compensatorias. Conocemos este proceso como COMER EMOCIONAL. Esto, en determinadas ocasiones, es inocuo e inherente a la conducta humana, todos nos sentimos identificados/as, sin embargo, puede ser un problema cuando se convierte en un hábito. Cuando cada vez, somos menos pacientes y tolerantes con nuestras emociones y buscamos la gratificación inmediata a través de la comida, poco a poco nos vamos convirtiendo en unos auténticos “Houdinis” emocionales y recurrimos a la alimentación para regular la rabia, la tristeza, la soledad, la inseguridad , el nerviosismo y hasta la euforia!
Esto puede convertirse en un problema muy relacionado con el aumento de peso y la cronificación de patrones de respuesta poco adaptativos.
Una aliada básica para ayudarnos a detener el temido “comer emocional” es LA ATENCIÓN.
La atención que queremos entrenar es el proceso de toma de consciencia que puede ayudarnos a detectar nuestras necesidades fisiológicas de hambre y saciedad, nuestras necesidades emocionales y la capacidad de discernir entre unas y otras. A través de la atención podemos clarificar qué necesitamos y ofrecérnoslo, de forma adaptativa, momento a momento.
A continuación te ofrecemos algunas diferencias entre el HAMBRE FÍSICA Y EL COMER EMOCIONAL que nos pueden ayudar a detectar cuál de ambas podemos estar experimentando.
Hambre física | Comer emocional |
Es gradual, va de menos a más. | Es repentino, aparece en un momento concreto con una intensidad determinada. |
Puede esperar, es decir, podemos aplazar la conducta alimentaria al momento que deseemos. | La necesidad de ingerir alimentos es urgente. |
Está abierta a varias opciones. | Deseo de comidas específicas, sobretodo hidratos de carbono y alimentos dulces. |
Estar satisfecho es suficiente. Cuando las necesidades están cubiertas el cuerpo deja de enviar señales. | Sentir plenitud o saciedad no basta, se buscar una sensación de “empacho”. |
No provoca emociones desagradables. | Provoca emociones como vergüenza, culpa, insatisfacción… |
Tomar consciencia y prestar atención a nuestras necesidades nutritivas y emocionales puede darnos la libertar de responder en lugar de reaccionar ante ellas. Si quieres seguir aprendiendo acerca de cómo regular el comer emocional, permanece atento/a a nuestro blog.