Mindfulness y Dolor Crónico: un tratamiento no farmacológico con beneficios probados.

La International Association for the Study of Pain (2002) define el dolor crónico como una experiencia sensorial y emocional desagradable que se relaciona con un daño tisular real o potencial cuya duración es superior a tres meses y se caracteriza por ser continuo o intermitente más de cinco días a la semana. 

Según los datos de la OMS un 20% de la población mundial sufre dolor crónico en algún grado (Berrocoso et al, 2018).  

A nivel de Europa, el porcentaje es de aproximadamente un 19%, es decir, uno de cada cinco europeos sufre dolor crónico (Torralba et al., 2014).

En España la prevalencia es muy elevada: entre un 15 y 25% de los adultos sufren dolor crónico en un momento dado, un porcentaje que se eleva al 50% en mayores de 65 años (Fernández-Hernández et al., 2017), siendo mayor la prevalencia en mujeres que en hombres y en sujetos de nivel socioeconómico bajo en ambos casos (Ortiz et al., 2017).

Se estima que en el año 2050 habrá 2 mil millones de personas con dolor crónico en el mundo (Bistre, 2007).

El dolor crónico representa un importante problema de salud pública, no solo por su elevada prevalencia sino además por su coste emocional, económico y social, que repercute significativamente en la calidad de vida de quien lo sufre (Palao et al., 2019). 

Bajo la calificación del dolor crónico suelen englobarse diversas patologías tales como esclerosis múltiple, lumbalgia, fibromialgia, artrosis, entre otras. Las localizaciones más frecuentes de dolor crónico incluyen espalda baja, rodillas, cabeza y cuello (Ortiz & Velasco, 2017). Entre los tratamientos recomendados para el dolor crónico están los tratamientos farmacológicos (analgésicos, antidepresivos y anticonvulsivos) y los no farmacológicos (intervenciones psicoterapéuticas, ejercicio físico, masajes, técnicas de relajación, etc.). 

En lo que a tratamientos no farmacológicos se refiere, el tratamiento recomendado hasta la fecha y con mayor evidencia científica es la actividad física. En cuanto a las intervenciones psicoterapéuticas más utilizadas en dolor crónico han sido: 1. Terapia cognitiva-conductual (TCC) 2. Terapia de conducta 3. Terapia Basada en Mindfulness 4. Terapia de Aceptación y Compromiso (Palao et al., 2019).

Respecto a la relación de mindfulness con el dolor crónico, investigaciones como el estudio EUDAIMON, realizado por el grupo en Investigación Psicológica en Fibromialgia y Dolor Crónico (AGORA) del Institut de Recerca Sant Joan de Déu Barcelona,  indican que el Tratamiento de Reducción del Estrés Basado en Mindfulness (Mindfulness Based Stress Reduction; MBSR) es efectivo y eficiente para el tratamiento de la fibromialgia.

El Tratamiento de Reducción del Estrés Basado en Mindfulness (MBSR)  mejora los síntomas de la enfermedad y la calidad de vida de las personas que la sufren, además produce un ahorro de entre 800 y 1.000€ por paciente en comparación con el tratamiento habitual, basado en la toma de fármacos. 

Actualmente, este grupo de Investigación, en colaboración con la Dra. Raquel Costa, el Dr. Francisco Martínez-Arnau (Universitat de València) y el Dr. David Martínez Rubio (Universitat de Valéncia y PSICOFORMA), están finalizando una investigación en la que han comparado la efectividad del tratamiento no farmacológico recomendado hasta ahora (actividad física) con un programa Psicoeducativo que integra la práctica de Mindfulness, obteniendo hasta la fecha unos resultados muy prometedores. 

¿Qué es el mindfulness?

Entendemos por mindfulness o atención plena la consciencia que aparece al prestar atención a la experiencia tal y como es en el momento presente, de una forma intencional, sin juicios ni evaluaciones y sin reaccionar a ella, presentando una actitud de compasión, interés, apertura y amabilidad, al margen de si la experiencia es agradable o desagradable Kabat Zinn (1990, 2003).

¿Qué objetivos se persigue con el mindfulness en pacientes con dolor crónico? 

El objetivo principal en este tipo de intervenciones (MBIs-Intervenciones Basadas en Mindfulness), es enseñar a los pacientes a relacionarse con el dolor de manera distinta y complementaria a como habitualmente lo hacen, de manera más adaptativa. 

Una forma básica es centrarse en el momento presente, una manera hábil de cortar un patrón de pensamiento y reacción negativa hacia la experiencia (resistencia). La forma habitual de relacionarse con lo que se está sintiendo en ese momento (reactividad), en lugar de neutralizar o reducir esas sensaciones, provoca curiosamente todo lo contrario, un incremento de las sensaciones desagradables, generando más malestar e incrementando el sufrimiento.

Lamentablemente, en el transcurso de la enfermedad, es habitual ir generando una actitud autocrítica, negativa y de desatención, hacia uno mismo, por lo que la práctica de mindfulness nos es de gran utilidad.

La manera de aprender a relacionarse con esa experiencia, es a través de una práctica diaria y gradual de mindfulness. Los participantes suelen asistir a un entrenamiento en el que se les enseña a lo largo de dos sesiones semanales durante un mes, a identificar estos patrones, cómo neutralizarlos, prevenirlos y cultivar un aprendizaje activo y gradual, a través de prácticas concretas, de nuevos esquemas. Estos nuevos modelos de relación, están basados en actitudes como la aceptación (no rechazar), el no juicio, la mente de principiante o la amabilidad y el cuidado hacia uno mismo.

Mindfulness promueve la aceptación del dolor, que se caracteriza por experimentar los eventos tal y como son, sin tratar de oponerse a ellos. Al aceptar las experiencias como son se rompe el círculo del miedo al dolor, pues se reduce la evitación del afecto negativo y los pacientes se exponen a sus sensaciones, reconociendo las placenteras, displacenteras y neutras, sin reaccionar ni juzgar, y si no es posible no juzgar, dándose cuenta de ello. La aceptación favorece a su vez el aumento de la tolerancia a las sensaciones internas.

La focalización de la atención permite descentrar los pensamientos, entendiéndolos tan solo como eventos mentales transitorios y no como amenazas permanentes. Poner el foco de atención de forma intencionada en el momento presente facilita la identificación y control de las rumiaciones sobre el pasado o futuro, permitiendo vivir el aquí y el ahora, disminuyendo así la actividad mental relacionada con preocupaciones, recuerdos o procesamiento innecesario de información. Esto hace a los pacientes menos vulnerables a desarrollar miedo al dolor y anticiparlo ante determinadas actividades o situaciones (López, 2017).

También se ha visto que la atención plena facilita la separación de la dimensión sensorial de la experiencia de dolor permitiendo relacionarse y acercarse a las sensaciones corporales. Observar el dolor con mente del principiante ayuda a conocer los matices del mismo, dándose cuenta de los pensamientos y emociones que lo generan, sin dejarse llevar por ellos ni evitarlos. (Palao et al., 2019). 

Asimismo, poner atención sin juzgar anima a experimentar más que a evaluar, reduciendo de esta manera las etiquetas, la categorización, la crítica destructiva, la catastrofización, el sufrimiento mental y potenciando por otro lado la flexibilidad cognitiva y la capacidad de adaptación (Jensen, 2011).

A nivel social y contextual, el mindfulness favorece la mejora en las relaciones interpersonales y conyugales, mejorando de esta forma el contexto, un aspecto de la vida de los pacientes muy afectado y perjudicado por la enfermedad (Shapiro et al, 2006).

¿Qué otros beneficios obtienen los pacientes con fibromialgia al practicar mindfulness?

Otros beneficios obtenidos son: mejora del control atencional, la regulación emocional, el estado de ánimo en general, los síntomas somáticos, aumento de la flexibilidad cognitiva y la capacidad de aceptación del dolor, aumento del umbral de tolerancia de las sensaciones desagradables, actitud proactiva de autocuidado y de buscar alivio para el sufrimiento, disminución de la evitación experiencial y el miedo, reducción del estado de hiperalerta hacia el dolor, reducción de la anticipación del dolor, disminución de la rumiación y catastrofización ante el dolor, reducción de la ansiedad, la depresión y el dolor, y por consiguiente, una mejora de la calidad de vida.  

Conclusión:

Los beneficios de las MBIs en dolor crónico son comparables a los obtenidos por las intervenciones psicoterapéuticas empíricamente validadas. Además, este tipo de intervenciones son un recurso terapéutico de menor coste, de fácil aplicación y gran eficacia para la mejora de la calidad de vida de los pacientes. Es importante seguir llevando a cabo investigaciones en esa línea y facilitar su incorporación en el sistema sanitario.

David Martínez Rubio