Un anciano estaba paseando por la ciudad cuando de repente, se encontró a un viejo amigo dando vueltas alrededor de una farola, parecía muy angustiado. Su compañero rebuscaba desesperanzadamente en cada pequeño rincón que rodeaba este poste de luz: en la acera, los bordillos, la caja de luces, ¡incluso la bombilla! 

El anciano se acercó con curiosidad y le preguntó qué era aquello que buscaba con tanta ansiedad. Su viejo amigo le contó que había perdido las llaves, llevaba mucho tiempo tratando de encontrarlas y aún no lo había conseguido.

El anciano se ofreció a ayudarle, y juntos, pasaron gran parte de la noche buscando las ansiadas llaves. Después de un buen rato de búsqueda exhaustiva el anciano paró, miró a su viejo amigo y le preguntó. 

– Pero, ¿dónde las has perdido? –

A lo que su compañero le contestó:

– Allí, al otro lado de la calle –

Entonces, por qué las estás buscando aquí. Preguntó sorprendido el anciano. 

A lo que su viejo amigo respondió: 

Porque aquí hay más luz.

Vale, a lo mejor no te has reído mucho. Pero te confieso que ese no era mi objetivo. Me gustaría que pudiéramos reflexionar junt@s. Quizás, algun@ de vosotr@s se ha podido sentir identificad@ con esta sensación de angustia, fatiga y desesperación que surge al estar buscando algo importante, algo muy valioso y nunca llegar a encontrarlo. 

Yo me pasé la infancia con esta sensación en el “cuartito de objetos perdidos” de mi colegio, junto a mi madre, enfadada, esperando a que encontrara aquello que había perdido esa semana (el pantalón de educación física, el reloj, la sudadera, un libro, la cabeza…).

Fijaos que, probablemente, podemos trasladar esta sensación de “no encontrar aquello que buscamos” a nuestro día a día y a nuestro plano emocional. Pero, ¿qué es lo que podemos estar buscando y no encontramos?, ¿cuáles son nuestras llaves? ¿dónde las hemos perdido?

Puede que aquello que más anhelamos sea la sensación de calma, de tranquilidad, de paz y bienestar. Quizás sea sentirnos aceptad@s, admirad@s, exitos@s, dign@s y respetables. No ser rechazad@s, amar y ser amad@s, no volver a sufrir, no tener miedo, ser más valientes, superar esa pérdida, soltar esa carga, en definitiva, ser felices….

Esta búsqueda es inherente a la naturaleza humana. Tod@s deseamos ser felices, estar libres de sufrimiento, disfrutar del afecto y del amor de las personas que nos rodean y sentirnos alinead@s con aquello que realmente nos importa.

Si eres de l@s que, en mayor o menor medida, sabe qué es lo que está buscando, ¡enhorabuena!, no tod@s tienen esa suerte. 

Pero saber qué es lo que anhelamos puede no ser suficiente. Si no tenemos una dirección clara podemos elegir rutas que, lejos de conducirnos hacia nuestro ansiado destino, nos mantengan en una búsqueda infinita en la que, cuanto más nos acercamos al final, más se aleja el horizonte. 

Como el mito de Sísifo, condenado a empujar una pesada roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. O como las escaleras infinitas del castillo del Súper Mario 64, que nunca terminaban ni permitían que Mario alcanzara su objetivo, salvar a la princesa Peach de las manos del malvado Bowser. 

De la misma forma, como el viejo amigo de nuestro chiste, podemos sorprendernos buscando aquello que ansiamos encontrar en lugares en los que, aparentemente, hay más luz, y no donde, verdaderamente lo hemos perdido.

Existen muchos lugares “luminosos” donde solemos buscar la felicidad, el amor, el reconocimiento, la admiración y la ausencia de sufrimiento que tanto anhelamos. Por ejemplo; el exhaustivo control de nuestra imagen y nuestros cuerpos, la necesidad de ser perfectos y jamás equivocarnos, el último modelo de coche, de móvil, de traje, de bolso, el número de “likes” en las redes sociales o de euros en la cuenta corriente. 

Estos puntos de luz están muy bien seleccionados por la sociedad de consumo que, para llenar sus arcas y mantenernos esclavizados, inyecta insatisfacción crónica a través las redes sociales, los anuncios en televisión, radio, marquesinas, dietas, productos de belleza, las series, el cine y un infinito etc…  

Hoy, me gustaría que nos detuviéramos en uno de estos falsos “puntos de luz” en los que, algun@s de nosotr@s hemos estado rebuscando antes y durante del confinamiento:  LA NECESIDAD DE SER PRODUCTIVOS.

Podríamos entender la obsesión por la productividad como la necesidad de estar permanentemente ocupados en actividades que CREEMOS que nos acercan a aquello que DEBERÍAMOS ser o a aquello que SE ESPERA de nosotros. 

Influenciados por este fenómeno, más o menos consciente, algunos de nosotros hemos dedicado mucho tiempo y esfuerzo en ser “Los confinados perfectos”. Manteniendo una rutina productiva y rígida, estudiando un nuevo idioma, leyendo toda esa pila acumulada de libros pendientes, tele-trabajando al mismo nivel de autoexigencia y efectividad en unas condiciones muy distintas, acercándonos a alguna perspectiva creativa, haciendo deporte, haciendo yoga, haciendo pilates, haciendo mindfulness, haciendo dieta, haciendo videos, HACIENDO

¡Ojo! Acercarnos a estas actividades o recomendaciones desde un lugar flexible, amable en el que se tiene en cuenta el impacto de las condiciones actuales y nuestras necesidades emocionales puede ser muy positivo y enriquecedor.

El problema aparece cuando, si no realizamos estas actividades de la “forma correcta”, impuesta por nuestras expectativas y en el horario previamente establecido, surgen la culpabilidad, la vergüenza y la frustración. Generalmente lejos de entenderlas, permitirlas e integrarlas como parte de nuestra experiencia durante el confinamiento, nos forzamos a hacerlas desaparecer. ¿Cómo?, obligándonos de nuevo a ser productiv@s, es decir, buscando de nuevo las llaves donde hay más luz.

Como comentaba antes, esto puede estar determinado por la influencia la sociedad de consumo y sus mandamientos (“tanto hago, tanto valgo”), nuestras reglas familiares acerca de el esfuerzo y la disciplina, la necesidad (que no preferencia) de ser aceptados, queridos, validados y admirados determinada por nuestra historia personal y nuestras vivencias. La huida de otros sentimientos más dolorosos que amordazamos a través de la productividad con el objetivo de que un día, sin tener que tomar decisiones, se cansen de llamar a nuestra puerta y dejen de molestarnos.  

A corto plazo, mantenernos en esta vorágine de productividad puede ser un espejismo de satisfacción y bienestar personal, pero a largo, lejos de ayudarnos a encontrar eso que estamos buscando (admiración, respeto, amor, aceptación) puede tener consecuencias peligrosas como:

  • Desmotivación y apatía.
  • Desgaste, fatiga física y emocional –“burnout”
  • Déficits en las relaciones sociales. Falta o ausencia de vínculos. 
  • Falta de sentido. ¿Para qué me esfuerzo tanto?
  • Insatisfacción crónica. “Nunca es suficiente”
  • Ausencia de reforzadores positivos. Actividades agradables y placenteras.
  • Mayor predisposición a padecer estrés, ansiedad, depresión, conductas adictivas.

Yo, no me atrevería a decirte lo que debes hacer, lo que estás buscando o lo que necesitas. Pero sí me gustaría invitarte a parar y a conectar con lo que realmente es importante para ti. A reflexionar por qué y para qué haces lo que haces.

A estar contigo mism@, a escucharte e incluso aburrirte, a tener el coraje de asomarte a tu sótano emocional, a dejar de HACER y, simplemente, probar a SER.

No hay una forma correcta o incorrecta de hacer esto. Lo único que necesitas para acceder a este lugar es parar y estar atent@. 

Quizás nosotros podamos ayudarte en este proceso. 

Carlos